En todas las posiciones en las que he estado no he tenido la
suerte de tener un proceso de inducción completo; excepto en la que hoy estoy
actualmente. No sé lo que significa recibir el puesto de manos de alguien (sólo
una vez lo recibí) y mucho menos sé lo que significa tener un proceso de
inducción específica…curioso considerando que trabajo en Recursos Humanos…definitivamente
en casa de herrero, cuchillo de palo!
El año pasado cambié de trabajo y llegué a una industria
completamente diferente de la que estaba acostumbrada. Así que decidí darme un
mes para no hacer absolutamente nada que no fuera conocer, entender el negocio,
y tener conversaciones uno a uno con los equipos de trabajo. Si bien en otras
posiciones sí lo había hecho, siempre lo hacía “al ruedo”, es decir, mientras
ya “apagaba incendios”.
En otras palabras, decidí darme un poco más de tiempo y dejar
que mi curva de llegada y aprendizaje madurara un poco más de lo acostumbrado.
Decidí no darme una semana para hacerlo, sino un mes. El resultado? En un mes
tuve el pulso de la organización y entendí dónde estaban las prioridades, siendo
capaz de plantear el plan de trabajo para los próximos dos años…Lo que
usualmente cerraba con claridad al tercer mes, lo hice al primero. Vaya que
valió la pena dar un mes de madurez a mi curva de aprendizaje!
Así tal cual es la Carmenère, una cepa que madura un poco
más tarde que el resto de cepas y que usualmente es la última en ser cosechada
(sin considerar las cepas que son usadas para los vinos especiales dulces como
el “late harvest”)
Hacia mediados de 1800 esta cepa desapareció de Bourdeaux (Burdeos,
Francia) debido a la filoxera. Para cuando la epidemia hubo pasado, los
viticultores no quisieron cultivar la carmenère porque requería de mayor
atención y cuidado que otras cepas, dejándola progresivamente de lado.
Afortunadamente para esta cepa, viajó hacia el otro lado del mundo, llegando a
Chile. En Chile fue confundida durante muchos años con la uva merlot, ya que son
bastante similares aun si presentan algunas diferencias sutiles como:
(1) el tono de la hoja; el de la merlot es blanco, mientras
que el de la carmenère es de tono rojizo;
(2) la forma de la hoja: el lóbulo central de la merlot es
más largo que el de la carmenère; y
(3) el tiempo de maduración: la merlot madura 2 a 3 semanas
antes que la carmenère.
No obstante esta confusión, fue en el año 1994 que un
profesor de la escuela de enología de Montepellier, Jean Michel Boursiquot, descubrió que las diferencias que presentaba esta
vid con la merlot se debía a que era una cepa diferente, traída del viejo
continente: la carmenère. Y es recién en 1998 que el departamento de
agricultura chileno reconoció a la carmenère oficialmente como una variedad
distinta. Hoy, esta cepa, que originariamente es de Bourdeaux (Burdeos), se ha
convertido en la cepa Chilena por excelencia, cultivándose principalmente en el
Valle de Colchagua, en el Valle de Rapel y en la Provincia de Maipo.
Carmenère, una palabra en francés que significa “Carmín”, debe
su nombre justamente al color carmín que toma sus hojas durante el otoño. Este
color carmín hace que fácilmente uno recuerde que al abrir un carmenère, uno
abre una botella de frutos rojos como la fresa y la frambuesa, y de frutos
negros como la ciruela y la zarzamora.
El carmenère es familia de la Cabernet Sauvignon, que
resulta en un vino más ligero debido a que tiene taninos más suaves que esta
última cepa, o incluso más suaves que una merlot; de hecho para mi gusto es una cepa suave y me cuesta
reconocer que sea de dicha familia! La carmenère requiere de mucha atención ya
que usualmente es una planta abundante (por lo que debe ser podada con especial
cuidado); y requiere de condiciones climatológicas y geológicas muy
específicas, que tengan un buen equilibrio entre días de sol y días de lluvia,
suelos profundos, y mañanas muy cálidas con noches muy frías; características propias
del terroir chileno.
En esta ocasión bebí un carmenère del 2014, del Valle de
Maipo, Chile, de la Bodega Viña del Carmen: “Carmen IIII Lustros”. Este vino
debe su nombre al reconocimiento por los 20 años (IIII Lustros) de haber sido
redescubierta por Jean Michel
Boursiquot, de la escuela de enología de Montepellier. Este carmenère es
un vino brillante, de color púrpura muy intenso, que en nariz evoca rápidamente ciruela y cerezas, y que en boca sus
taninos demuestran mucha estructura para convertirlo en un vino elegante, digno
de una gran celebración! Un carmenère como pocos que he bebido y
disfrutado, un carmenère impresionante!
Yo bebí este vino para celebrar una nueva etapa, en donde
vas re descubriendo amigos y poniendo en perspectiva que a veces el tiempo es
el mejor aliado de la madurez! Para mí, un vino digno de disfrutar en un año
como este! Y para ser muy honesta, no me
esforcé mucho con las tapas, sólo coloqué algunos jamones y quesos relativamente
suaves (pero no tan suaves como lo sería una pechuga de pavo y mozzarella) y unas
aceitunas verdes con castañas. Sin embargo, la estrella del maridaje fue el dip
de zapallito italiano y berenjenas que preparé. Nada complicado, picas las
verduras muy pequeñas, las cocinas al vapor, las mezclas con un poco de crema
de leche, queso fundido, queso parmesano y queso crema. Le agregas sal,
pimienta, orégano, laurel, tomillo y a hornear y disfrutar junto con este maravilloso
carmenère Carmen IIII Lustros!